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TODO Y TODOS

Volver a aquella época en la que, al subirte al tren, tus pequeños pies se balanceaban en el asiento. Cuya única competición era contra un videojuego que sabías como ganar. Al mirar a tu alrededor veías todos los colores posibles y mas, veías el alma de las cosas, sentías el alma de cada una de ellas. Levantabas la vista solo por diversión, con la intención de seguir viendo sin llegar a pensar demasiado.

Entonces te volvías, y veías a tu madre, y te sentías segura, a salvo, sin ningún temor, porque ella estaba allí, pendiente de todo y todos, por ti y solo para ti. Volvías a tu realidad, la única que creías que era cierta y simplemente con el sonido del vagón frenando te dabas cuenta de que esta podría ser tu parada, pero no lo era. Se bajaban personas y otras llegaban, pero tu solo las veías pasar sin preguntarte nada mas. Tras un buen rato y aburrida, no podías hacer otra que levantarte, pero siempre en dirección a tus padres, porque allí estaban ellos, mirabas como hablaban, como se miraban y cuanto amor eran capaz de crear. Tu padre arropaba a tu madre, y tu madre le devolvía su cariño sin esperar nada a cambio. Él era fuerte, era grande, podría con todo y todos. Era el hombre de tu vida, el que te recogería del suelo en el caso de tropezar con el pie de algún extraño.

Tras tu paseo inquieto, te sentabas de nuevo, pero ya tus pies estaban totalmente puestos en el suelo, conversabas con tu hermano para hacer mas ameno el viaje y os reíais y llorabais de la risa, sin preocuparos por el ruido que vuestra felicidad podría hacer. Al cabo de un rato él cambiaba de asiento incluso cambiaba de vagón, era fuerte, era independiente y tu veías sus pasos y te magnificabas con cada decisión tomada por él. Lo hacías, te levantabas, girabas la vista un segundo para ver a tus padres y empezabas a curiosear, buscabas un nuevo sitio, mirabas a tu alrededor con la intención de entender el porqué de las cosas, y entonces te tropiezas y ves que no están tus padres para levantarte y te levantas, te levantas triste y avergonzada. Tienes miedo y te encuentras sola, pero a tu lado, en el hueco izquierdo de los asientos, se sientan personas que son capaces de sentir lo mismo que tu, y hablas y conversas y preguntas y te responden.

Pasa un instante de tiempo y te despides porque cada una quiere encontrar el sitio perfecto. Pero sabes que ha sido bonito y te preocupa no sentirte así otra vez, tienes la incertidumbre de no volver a disfrutar como antes, comienza a venirte a la cabeza todos los problemas que antes no tenías o si tenías no te acuerdas y te caes, te vuelves a caer, pero esta vez te levantas mucho mas rápido y sin dolor. Te pones en pie porque sabes que puedes y sigues con tu búsqueda. No sabes bien que hacer, pero ves un hueco y te parece cómodo, va en dirección a tu destino y te sientas sin certeza.

Levantas la mirada y lo ves, una persona que se asemeja a ti, que comparte tu espacio y a la que acabas queriendo. Llega ese instante en el que distraída con tus cosas ves bajar del tren a tus padres y te preguntas si esta era tu parada, pero intuyes que todavía no, te acercas a la ventana y te despides de ellos sabiendo que los quieres, sabiendo que los querrás por siempre. Y te sientas, estás en tu asiento y te sientes realizada, te sientes a gusto e intentas encontrar la mano de tu acompañante para compartir tu emoción.

Sin mas, ya estás buscando otro lugar porque ya no sois solo dos, sois mas. Emana de ti un ente lleno de luz que es capaz de alegrar tu existencia en un segundo. Lo acomodas, intentas protegerlo, te permites darle tu amor por encima de todo sin dejar que nadie sea capaz de hacerle daño. Antes de darte cuenta se ha ido, se ha despedido, te da las gracias en busca de su verdadero asiento y tu, con tu tristeza te sientes orgullosa, de que vaya, de que busque y explore, como tu hiciste hace tiempo.

Escuchas la parada y sabes que esa es la tuya, miras a tu acompañante y él decide quedarse, pero tu, tu sabes que has llegado, que tras un viaje lleno de colores y búsquedas exhaustas por fin has llegado. Te despides de todo y de todos, abres la puerta, respiras hondo y sales. Llegas a la estación, cansada pero alegre y levantas la vista y ves un magnífico sol. Se cierran las puertas y el tren continua, sin ti, porque tu ya has llegado, porque esa época ya ha pasado.

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